Amar a Dios, no es ir a misa todos los días y confesarse
si después tratamos con desdén a nuestros hermanos,
ni presionar o coaccionar para conseguir adeptos
a nuestra causa
explicándoles que esa es la Verdad,
ni educar en el temor a El, como si fuera un justiciero.
Amar a Dios, es básicamente amar a los demás
y obrar en consecuencia,
buscar la paz con ese vecino arisco
y tenderle la mano, si se da el caso
aunque él tenga malos detalles,
no sólo dar unas monedas a esa señora de raza negra
que hemos visto pedir en la calle
sino regalarle una sonrisa franca
y hacerla sentir digna, importante,
acercarnos a ese chico amanerado
del que algunos todavía parecen burlarse
o al que manifiestan su indiferencia
y caminar con él, una mano en su hombro,
decir una palabra amable
e interesarnos por quién sabemos, está sufriendo
defender a alguien que todos critican y atacan
si es lo que nos pide nuestro ser,
amarnos también a nosotros mismos
y respetarnos y sentirnos dignos,
también preguntarnos
qué anida en el corazón de hombres
capaces de asestar un brutal golpe a una foquita
con el fin de obtener su piel,
o que se adentran en la libertad del mar
para capturar ballenas, delfines...
para matarlos o encarcelarlos
o que secuestran loros, cotorras y otras aves
de la grandeza de la selva
para meterlos en estrechos zulos
y satisfacer así, caprichos humanos
o que son capaces de envenenar un río
y hacer enfermar al mar
o quemar o hacer talar
indiscriminadamente un bosque
Amar a Dios, es salir a la Naturaleza
y cantarles a las flores
abrazarnos a ese árbol que tanta sabiduría encierra
o quedarnos extasiados ante esos animalillos
que juegan, saltan, trinan...
también escuchar el sonido del viento
o de la tormenta que se desata
amodorrarnos bajo los rayos del Sol
y meditar con la Madre Tierra
Amar a Dios, es abrirnos a la Creación entera.